Hazte esta pregunta: ¿Qué Puedo Preguntar?
De nada sirve ya el “como debe ser”, el “como ha sido siempre”, el “porque lo dice el procedimiento”, aunque todavía no estamos libres de escucharlas de boca de algunos ejecutivos, es verdad.
- Mayo 31.2018
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Me recuerdo como una niña preguntona. Me fue imposible comprender por qué a eso se le llamaba impertinencia. Me esmeré mucho en no andar molestando y empecé a hacer mis preguntas poniendo mucho más cuidado en matices que disimularan el descaro de mi curiosidad, pero que a cambio, silenciaban las dudas profundas. Paulatinamente fui abandonando mis cuestionamientos porque mis mayores me lo recriminaban continuamente «—No preguntes tanto. Calla y obedece—» ¡Preguntar entendido como desobediencia! Llegada la pubertad había terminado mi turno de preguntas porque ahora sí aquello iba a ser problemático.
Perseveré entonces en aceptar que lo importante era saber dar las respuestas correctas. Además de perder la viveza de mi curiosidad, conseguí almacenar un montón de dogmas, doctrinas y verdades que satisficieron muchísimo a mis educadores y me convertí en una jovencita que tenía disponibles y en la punta de la lengua toda una batería de respuestas correctas, únicas e incontrovertibles. Cuando empecé a trabajar como trainee en la primera agencia de publicidad de mi carrera, a los 22, apenas salida de la universidad, algún ‘senior’ me previno «— tienes seis meses para preguntarlo todo, aborda todo lo que no sepas, porque pasado ese tiempo lo que no hayas preguntado y no sepas responder será motivo para dudar de tu valía—», y me obsesioné con ese propósito hasta el estrés, después de todo, así fue mi educación: aprender las respuestas. Asumí disciplinadamente procesos, modelos, jerarquías, canales de información establecidos entre compañeros, formularios varios que exigían respuestas… Quiero recordar aquí que éramos la disciplina más abierta y entregada al caos de cuantas conocía: La publicidad, así que con fama y complejo de improvisadores, hacíamos el esfuerzo inusitado de dar respuestas irrefutables a los problemas de los clientes.
De verdad que no recuerdo en los primeros años de mi carrera a nadie preguntando nada, obligando a preguntar, cuestionando las respuestas, favoreciendo la duda, desactivando asunciones previas, cambiando protocolos, reformulando planteamientos ¡En nuestros primeros ordenadores cancelaron internet!
Si la había, la tarea de preguntar era individual, silenciada y disimulada hasta haber obtenido una salida. Hasta que llegó el punto de inflexión de la industria. Y tomó fuerza la figura del preguntador, generalmente el planner ¡Qué alivio! Poder confesar la preferencia por colaboración y la carga de la duda, poder poner en tela de juicio los planes preestablecidos, investigar más allá de las verdades de los clientes, de las verdades asumidas del mercado, de las expresadas por los consumidores en primitivos focus groups. Abandonar la fe ciega en instrucciones precisas y confesar que la complejidad se nos resbala por los bordes porque no cabe en continentes herméticos y precisos, que del error se aprende, que la experimentación no es indisciplina porque en la mayoría de los casos las repuestas son múltiples, efímeras y replanteables.
Ya no me dedico a la publicidad, ahora, entre otras cosas, divulgo la necesidad de hacerse preguntas. Lo malo es que ahora hay toda una generación de decisores que sospechan de los audaces y los curiosos, y tenemos que reaprender. Estamos inmersos en la era del desaprendizaje y el reaprendizaje, el único acomodo posible es reconciliarse con el cambio.
Hemos cambiado el sentido de nuestro estrés y ahora el foco no está en formular las respuestas correctas a preguntas conocidas, sino en cómo formular la preguntas adecuadas ante situaciones desconocidas.
No importa a qué disciplina te dediques, hazte preguntas.
No importa en qué puesto de trabajo te estés desarrollando, cuestiona lo que otros hicieron antes –su escenario no era el tuyo-.
No importa si vas encontrando las respuestas en el proceso y no sólo en el análisis.
No trates de establecer tus soluciones como única respuesta, pregunta, comparte, cocrea, colabora.
No te preguntes de quién es la idea, o si tienes que rectificar, el fracaso es no hacerlo.
El valor está en preguntarse ¿Qué puedo preguntar? ¿qué no estamos explorando? ¿qué hipótesis no hemos valorado? ¿qué pasaría si hiciéramos otra cosa? Y la respuesta será seguramente incierta, por eso prueba, ensaya, demuéstratelo y cambia, modifica, aprende. El aprendizaje tiene valor en la formulación de la pregunta porque cuando uno halla las respuestas pasan dos cosas: Por un lado se te generarán nuevas preguntas y por otro, tus respuestas anteriores, seguramente ya no servirán en el supuesto siguiente.
La gestión de la incertidumbre ya no se soluciona sólo con respuestas sino con el ejercicio de saber preguntar, preguntarse y aceptar que te pregunten.
De nada sirve ya el “como debe ser”, el “como ha sido siempre”, el “porque lo digo yo”, aunque todavía no estamos libres de escucharlas de boca de algunos ejecutivos, es verdad, pero lo que fuera una voz de autoridad es por fin lo impertinente ¡Qué alivio!